Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que
sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean
de bendición para quienes escuchan.
—Efesios 4:29
Nuestras palabras son importantes. De veras, importan muchísimo.
En inglés existe el dicho “Los palos y las piedras podrán romper mis
huesos, pero las palabras nunca me herirán”. En español a veces se
dice “A palabras necias, oídos sordos”. Podrá parecer una postura
valiente — sin embargo esas palabras sí se oyen. En realidad, las
palabras sí pueden herir y lo hacen con frecuencia. Nuestras palabras
pueden arrebatar el gozo de una persona y matar su espíritu, pueden
destruir su reputación, y llevarlos al resentimiento o a la envidia.
Igual, las palabras pueden hacernos sentir que valemos y sí lo hacen.
“Te amo”. “Te perdono”. “Me siento orgulloso de ti”. Éstas palabras son
edificadoras y ayudan a construir una vida sana y feliz.
El hecho es que hay un gran poder en la comunicación, bien sea
para bien o para mal, para construir o para destruir, cada vez que
decidimos abrir la boca. No es de sorprender, entonces, que el apóstol
Pablo urge a los seguidores de Cristo que sean “listos para escuchar,
lentos para hablar, y lentos para enojarse”. ¡Cuán terriblemente
contra-cultural es esto hoy en día, cuando escuchamos casi cualquier
programa de conversación y escuchamos a las personas quejándose
unos de otros sin que ninguno escuche realmente al otro.
Desde la cruz, hubiera sido comprensible que Cristo maldijera a sus
atormentadores o insultara a sus compañeros prisioneros, pero en
lugar de eso, Jesús escogió palabras de perdón a favor de los que no
sabían ni lo que hacían y le ofreció palabras de consuelo al criminal
desesperado. Le ruego a Dios, que hoy día yo escoja esas palabras
de perdón y de esperanza y que yo valore a los que encuentre en mi
camino—por medio de mis palabras como también de mis acciones.
Que mis palabras siempre sean edificadoras.
—C. K. ( Chuck) Robertson
sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean
de bendición para quienes escuchan.
—Efesios 4:29
Nuestras palabras son importantes. De veras, importan muchísimo.
En inglés existe el dicho “Los palos y las piedras podrán romper mis
huesos, pero las palabras nunca me herirán”. En español a veces se
dice “A palabras necias, oídos sordos”. Podrá parecer una postura
valiente — sin embargo esas palabras sí se oyen. En realidad, las
palabras sí pueden herir y lo hacen con frecuencia. Nuestras palabras
pueden arrebatar el gozo de una persona y matar su espíritu, pueden
destruir su reputación, y llevarlos al resentimiento o a la envidia.
Igual, las palabras pueden hacernos sentir que valemos y sí lo hacen.
“Te amo”. “Te perdono”. “Me siento orgulloso de ti”. Éstas palabras son
edificadoras y ayudan a construir una vida sana y feliz.
El hecho es que hay un gran poder en la comunicación, bien sea
para bien o para mal, para construir o para destruir, cada vez que
decidimos abrir la boca. No es de sorprender, entonces, que el apóstol
Pablo urge a los seguidores de Cristo que sean “listos para escuchar,
lentos para hablar, y lentos para enojarse”. ¡Cuán terriblemente
contra-cultural es esto hoy en día, cuando escuchamos casi cualquier
programa de conversación y escuchamos a las personas quejándose
unos de otros sin que ninguno escuche realmente al otro.
Desde la cruz, hubiera sido comprensible que Cristo maldijera a sus
atormentadores o insultara a sus compañeros prisioneros, pero en
lugar de eso, Jesús escogió palabras de perdón a favor de los que no
sabían ni lo que hacían y le ofreció palabras de consuelo al criminal
desesperado. Le ruego a Dios, que hoy día yo escoja esas palabras
de perdón y de esperanza y que yo valore a los que encuentre en mi
camino—por medio de mis palabras como también de mis acciones.
Que mis palabras siempre sean edificadoras.
—C. K. ( Chuck) Robertson
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