- Salmo 77:
El refrán es conocido: "Cuando llueve, diluvia". En nuestra vida a veces podemos sentirnos como un trapo empapado que está siendo exprimido y dolorosamente torcido para sacar hasta el último rastro de humedad. Nosotros, como los discípulos el día después de la crucifixión, sentimos como si el cielo hubiera cerrado la puerta y su torre de comunicación dejándonos sólos en la lucha contra los demonios que nos asedian. Nos sentimos abandonados, dejados caer a un abismo del que no hay liberación. Nos acosan preguntas que agolpan nuestra mente. Queremos saber por qué ha sucedido, por qué Dios nos ha retirado su cuidado y compasión. Nos preguntamos por qué sufrimos así si Dios nos ama, o por qué Dios no desata las cuerdas que atan nuestra vida, nuestro corazón, nuestra alma.
Nuestra oración frecuentemente pide respuestas en vez de la liberación de nuestro sufrimiento. Aun si las respuestas no lleguen, el oído de Dios está atento a nuestro clamor. Siempre que Dios ve nuestro sufrimiento, llora.
Dios no nos deja solos para soportar los acontecimientos dolorosos que surgen por azar en nuestra vida, aun si sentimos que guarda silencio. Es en esos momentos, cuando parece que el cielo es sordo a nuestro lamento, que nuestra alma se prepara para confiar en la verdad de Dios, más que en el sonido de Su voz. Es en esos momentos cuando nuestra alma está más preparada para ver los milagros que se obran en nuestra vida. Es en esos momentos cuando estamos más cerca de la puerta del cielo.
- Renée Miller
No hay comentarios:
Publicar un comentario