Lunes, Marzo 18
Los primeros capítulos del Génesis... son... una revelación...
de la visión de Dios del universo y de sus intenciones para
el hombre...Dios hizo el mundo como un jardín en el cual
él mismo se deleitaba. Hizo al hombre y le dio la tarea de
colaborar en el cuidado divino de las cosas creadas.
Hizo hombre a su propia imagen y semejanza,
como un artista, un trabajador... el jardinero del paraíso.
— Thomas Merton in “La Danza General”,
Nuevas semillas de Contemplación
Como escribió Thomas Merton, se pretende que seamos jardineros, unos que cultivan una vida de oración que prepara el alma (nuestra tierra) para escuchar; como dice San Benito, “con el oído de nuestro corazón”. Cultivar una vida de oración a través de su práctica, permite hacerse fruto, visto como un modo de vida sacramental. Ni más, ni menos.
El mantra benedictino, ora et labora, que significa “oración y
trabajo”, nos ofrece un enrejado donde puede crecer nuestra vida y comunidad espiritual. Esta antigua práctica, que nos ha llegado gracias a los monjes y monjas que viven esa vida orgánica de oración y trabajo, es un rico patrimonio o, podríamos decir, la buena tierra donde podemos plantarnos. Combinar la oración con el trabajo, es la mezcla apropiada para cultivar nuestras vidas de manera fructífera, alimentándonos a nosotros mismos y a otros con
alimento espiritual.
Podríamos reflexionar sobre nuestras vidas personales y sobre la de la comunidad parroquial, utilizando la metáfora de un jardín.
¿Realmente estamos cuidándolo? ¿Estamos preparando el suelo, mirándonos interiormente, a nuestras mentes, observando nuestros corazones? ¿Estamos experimentando a Cristo entre nosotros? En el centro de nuestra alma, la esencia del Espíritu habita en nosotros, descansando en Dios, en el jardín del Edén.
— Michael Trent Thompson
No hay comentarios:
Publicar un comentario