Martes, Marzo 5
No tienen que irse —contestó Jesús—. Denles ustedes
mismos de comer. Ellos objetaron: —No tenemos aquí más
que cinco panes y dos pescados.
— Mateo 14:16
A medida que avanza la temporada, nos rodea la abundancia:
calabazas, miel, huevos, tomates y arándanos. Las ramas de los arándanos están tan llenas, que se doblan hasta el suelo. Cada día comemos arándanos desde el mismo árbol mientras llenamos cubos con ellos. Los congelamos, hacemos pasteles con ellos y los regalamos.
Recordando nuestra abundancia, podemos entender cómo fueron alimentados los cinco mil en el Evangelio de Mateo. Conocemos los hechos: una comunidad reunida, algunos alimentos y amor. Esa es la verdad de la abundancia que se produjo en la ladera de una colina en Galilea, y que diariamente ocurre cuando los trabajadores migrantes comparten el almuerzo en una granja de productos lácteos de Vermont, o cuando un millón de microbios se alimentan en una pila de compost. La abundancia de Dios es el amor que todos los días se vive en comunidad. ¿Cómo podemos compartir la
abundancia de nuestra cosecha?
“No tenemos nada”, respondieron los discípulos. Hoy, cerca de mil millones de personas en el mundo padecen hambre. La abundancia de Dios no es evidente para ellos. Jesús dice, “Tráiganme su ‘nada’”.
Bendice los pescados y los panes y reparte el alimento a las masas.
Como narra Mateo, “todos quedaron satisfechos”.
El compartir comienza tomando conciencia de nuestra comunidad, de la abundancia de arándanos, de las redes llenas de pescado y de las cestas llenas de pan.
— Lisa Ransom
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