Meditación para el 20 de marzo, segundo
domingo de la Cuaresma
domingo de la Cuaresma
Marcos 3:31-4:9
Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron
las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde
no había mucha tierra; esa semilla brotó pronto, porque la tierra no
era muy honda; pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz,
se secó. Otra parte de la semilla cayó entre espinos, y los espinos
crecieron y la ahogaron, de modo que la semilla no dio grano. Pero
otra parte cayó en buena tierra, y creció, dando una buena cosecha;
algunas espigas dieron treinta granos por semilla, otras sesenta
granos, y otras cien.” (4:4-8)
Hace algunos años, estaba en un taller donde se les pidió a
los participantes que representaran en silencio la parábola del
Sembrador. Recuerdo qué sensación tan liberadora fue lanzar esas
semillas imaginarias sin desenfreno, el sentirme completamente
involucrado en el proceso sin mucha preocupación por lo que estaba
pasando con las semillas.
Si hemos de ser mayordomos responsables, debemos tomar un
poco de precaución al determinar qué hacemos con nuestros
recursos—dónde y con quién compartimos nuestras riquezas. Por
otro lado, ser sumamente cautelosos nos lleva a que dudemos
en dar aquello que se nos ha llamado a compartir de forma libre.
Algunas veces olvidamos que el resultado de nuestros actos no es
realmente de nuestra incumbencia cuando se trata del trabajo del
Reino. El sanar a un mundo lastimado nos llama más allá de la
precaución. Cuando participamos en el trabajo de liberar a otros,
nosotros también somos liberados.
¡Que todo aquel que tenga oídos, que escuche!
—Joy Daley
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