Meditación para el jueves 24 de marzo
Jeremías 4:9-10, 19-28¡Me retuerzo de dolor! ¡El corazón me palpita con violencia! ¡Estoy
inquieto, no puedo callarme! He escuchado un toque de trompeta,
un griterío de guerra. Llegan noticias de continuos desastres;
todo el país está en ruinas. De repente han sido destruidos mis
campamentos, han quedado deshechas mis tiendas de campaña.
(4:19-20)
Jeremías es como aquella persona que acaba de leer el periódico
o mirar las noticias vespertinas. Un desastre se desarrolla sobre
otro. Su corazón se sobresalta. Siente la ruina como si fuera la
suya propia. Al leer las noticias de última hora, muchos de nosotros
tenemos la misma reacción.
Es asombroso el paso constante del sufrimiento humano, el cual
en gran parte es causado por nuestras propias manos. Uno podría
simplemente darle la espalda. Nada parece calmar el palpitar de
nuestros corazones. Jeremías no puede darles la espalda. No puede
guardar silencio.
La conexión espiritual con la creación y con nosotros mismos
agitaría nuestro silencio. Durante la Cuaresma, el Espíritu Santo
gime dentro de nosotros al mismo tiempo que la creación. Su
quejido nos conduce a lo profundo del desierto humano, en
búsqueda de la reconciliación. En el desierto, caminamos con
Jesús. Aprendemos que el poder de un acto pequeño hace añicos el
silencio—en testimonio a la verdad de la voz de Dios llamándonos a
la unidad y al amor reconciliador.
—Karen Montagno
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