Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer,
sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús.
—Gálatas 3:28
Cuando yo era un niño, me gustaba pasar los veranos en el
Campamento Mitchell, campamento y centro de retiro para las
Diócesis de Arkansas. Ese hermoso lugar, situado entre acantilados
con vista al Río Arkansas, es donde muchos jóvenes de Arkansas
encontraron su primera formación como discípulos, y todavía lo
hacen. Cuando empecé mis años de adolescente, me sorprendí al
escuchar que un sacerdote nuevo iba a venir para hacerse cargo del
campamento. Mi sorpresa fue porque el sacerdote era una mujer.
Inmediatamente tome a pecho que yo ya no sería feliz en el
Campamento Mitchell. Los sacerdotes que había conocido en el
campamento eran parte del lugar para mí. Así que fui a ver al Padre
Pepe Tucker. Él, para mí, era lo que un sacerdote debe ser y debe
de hablar. Siempre parecía anciano, y siempre sonreía. “Padre Pepe,
¿cómo puede ser sacerdote una mujer?”
“Sean,” me llamó con esa sonrisa, “cuando Jesús extendió los brazos en
la cruz, los extendió para todo el mundo—para cada hombre, y mujer,
y niño y niña. Así que no sólo los hombres pueden compartir el abrazo
de Cristo con el mundo. Todas las personas lo pueden hacer”.
En ese momento, mi modo de ver el mundo cambió dramáticamente.
Y cuando me encontré a la Revda. Peggy Bosmyer, la primera mujer
ordenada al sur de la línea Mason-Dixon, me dio una visión de Cristo
que se extendió más allá del horizonte de esa vista en la cima de la
montaña.
Hoy en día, no sólo busques a Cristo en todas las personas; se Cristo
para todas las personas.
—Sean McConnell
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