jueves, 27 de marzo de 2014

Jueves 27 de marzo

Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el 
Señor y no como para nadie en este mundo. 
—Colosenses 3:23
Definitivamente, yo no iba a estudiar mecanografía. Ni me
especializaría en inglés, ni sería una maestra ni enfermera, ni
aprendería a cocinar. Como una adolescente, estaba decidida a no
hacer las cosas que otros esperan que la mujer haga. No quería que mi
sexo presupusiera ni mis acciones ni mi profesión. Estaba tan envuelta
en mi propio yo, en una auto-justicia enmascarada como feminismo,
que casi perdí la vocación que Dios había planeado para mí.
De alguna manera, a pesar de mi testarudez, mi padre me convenció
que estudiara un semestre de mecanografía. Y mi maestra de inglés
escribía notas en las orillas de mis tareas, sugiriendo que continuara
escribiendo, al mismo tiempo que seguía mis planes para asistir a una
escuela de medicina. “Cuando escribes, cuando cuentas historias”,
decía ella, “te sientes viva”.
Durante mis años en la Universidad, empecé a comprender que las
decisiones que tomo para mi vida no deben ser por o en contra de
que los otros esperan—ni cómo me rebelo contra esas expectativas.
Las reglas y los estereotipos según el sexo pueden ser un maestro
insidioso. Al contrario, lo que yo necesitaba era discernir los dones
que Dios me ha dado—y hacer lo mejor que puedo para honrarlos.
Por lo tanto, escribo, cuento historias, y ayudo a otros a contar
historias. Y, como mi papá me recomienda frecuentemente, estoy
agradecida todos los días por esa clase de mecanografía.
—Richelle Thompson

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