Fue mi mano la que hizo todas estas cosas;
fue así como llegaron a existir—afirma el Señor—.
“Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu,
a los que tiemblan ante mi palabra”.
—Isaías 66:2
Una y otra vez en la Biblia, Dios llama a los forasteros, a los que la
comunidad o el mundo ha marginalizado: Sara, la anciana estéril,
tiene un hijo, Isaac; Ruth, la forastera, se convierte en la madre de
la dinastía davídica; Moisés, el egipcio adoptado, encuentra a Dios
cuando huye como asesino y regresa como guía y jefe. Cristo Jesús
camina con prostitutas, festeja con recaudadores de impuestos, y sana a los ciegos y a los cojos.
Para los que han sido constantemente ignorados, marginalizados,
y aun olvidados por el mundo, la idea que Dios pudiera desear que
los humildes sean escuchados, y preferidos es algo que irrumpe en
la realidad como un don, una posibilidad de transformación. Dios
no escoge a los pobres con el fin de que permanezcan en reposo en
su estado preferido en secreto. Las Sagradas Escrituras en cambio
nos muestran que las samaritanas, las prostitutas, las exiladas son
llamadas a manifestar el amor de Dios con fe en el mundo, y al hacer eso, convertirse en las líderes que todos nosotros esperamos.
Con nuestros programas episcopales de alivio y desarrollo, buscamos imitar a nuestro Señor escuchando a aquellas que con tanta frecuencia son marginadas en varios lugares alrededor del mundo, y a honrar los dones que ellas traen a la mesa, a que construyan sus propios bancos de ahorros, a que tengan sus propios mosqueteros, asegurarse que sus propios hijos son nutridos y alimentados. Algunos llaman esto desarrollo basado en activos comunitarios. Nosotros lo llamamos discipulado.
—Abagail Nelson
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