miércoles, 5 de marzo de 2014

JUEVES 6 DE MARZO


Fue mi mano la que hizo todas estas cosas; 
fue así como llegaron a existir—afirma el Señor—. 
“Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, 
 a los que tiemblan ante mi palabra”.
—Isaías 66:2

Una y otra vez en la Biblia, Dios llama a los forasteros, a los que la 
comunidad o el mundo ha marginalizado: Sara, la anciana estéril, 
tiene un hijo, Isaac; Ruth, la forastera, se convierte en la madre de 
la dinastía davídica; Moisés, el egipcio adoptado, encuentra a Dios 
cuando huye como asesino y regresa como guía y jefe. Cristo Jesús 
camina con prostitutas, festeja con recaudadores de impuestos, y sana  a los ciegos y a los cojos. 
Para los que han sido constantemente ignorados, marginalizados, 
y aun olvidados por el mundo, la idea que Dios pudiera desear que 
los humildes sean escuchados, y preferidos es algo que irrumpe en 
la realidad como un don, una posibilidad de transformación. Dios 
no escoge a los pobres con el fin de que permanezcan en reposo en 
su estado preferido en secreto. Las Sagradas Escrituras en cambio 
nos muestran que las samaritanas, las prostitutas, las exiladas son 
llamadas a manifestar el amor de Dios con fe en el mundo, y al hacer  eso, convertirse en las líderes que todos nosotros esperamos.
Con nuestros programas episcopales de alivio y desarrollo, buscamos  imitar a nuestro Señor escuchando a aquellas que con tanta frecuencia  son marginadas en varios lugares alrededor del mundo, y a honrar los  dones que ellas traen a la mesa, a que construyan sus propios bancos  de ahorros, a que tengan sus propios mosqueteros, asegurarse que  sus propios hijos son nutridos y alimentados. Algunos llaman esto  desarrollo basado en activos comunitarios. Nosotros lo llamamos  discipulado. 
—Abagail Nelson

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