miércoles, 26 de marzo de 2014

Miércoles 26 de Marzo

“Cuando llegue el tiempo de la cosecha, no sieguen hasta 
el último rincón de sus campos ni recojan todas las espigas 
que allí queden.
“No rebusquen hasta el último racimo de sus viñas, ni 
recojan las uvas que se hayan caído. Déjenlas para los pobres y los 
extranjeros. Yo soy el Señor su Dios”. 
—Levítico 19:9-10
Me gusta la eficiencia. Es un legado congénito reforzado por mi
herencia holandesa calvinista y consagrado por los cuentos del trabajo
de mi abuelo como un fabricante de herramientas y máquinas de
troquel. Su precisión combinada con su economía de movimiento
conforme afinaba cientos de mecanismos en su taller.
Una predisposición hacia la eficiencia cuadra bien con mi mundo
profesional de inversiones y finanzas. Así que me detuve en seco ante
el dramático mandato de dejar algunos campos sin cosechar. Se opone
al deseo financiero de enfoque, eficiencia, y and maximización. Hay
que reducir costo y riesgo en la negociación; busca ganancias. Se debe
lograr todo el capital posible, ¿verdad?
Cuando consideramos las inversiones desde el punto de vista de
sostenibilidad y valores, podemos contestar de diferente manera.
Vemos que lo que no “apreciamos”—como la habilidad de todos para
prosperar, respirar aire puro, y tener acceso a capital—es a largo
plazo de mucho valor. Empezamos a ver oportunidades para invertir
nuestro dinero, fijándonos no en cosechar hasta lo último sino estar en
solidaridad con los demás. Considerar todas nuestras relaciones, toda
la gama de la economía de Dios. Ésa es la economía donde nada se
desperdicia pero no todo es eficiente.
—Jackie VanderBrug

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